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He escrito esta novela entre el año 2016 y 2020. Todos los datos sobre enfermedades veterinarias y protocolos policiales son verídicos y están documentados. Se pueden consultar con una simple búsqueda en Internet. Algunos de ellos están adaptados en beneficio de la redacción, solo los expertos en ciertas materias lo notarán. No era mi intención hacer una tesis doctoral sobre medicina de animales, solo me apoyé en ello por el bien del desarrollo argumental de la novela. También los datos sobre la enfermedad de las vacas locas y la tribu de los fore están sacados de artículos de Internet que he modificado por el bien de la novela.

Puesto que es mi primera novela, hay muchas experiencias personales en la redacción. Casi las he agotado todas. Me he guardado algunas para la segunda parte, pero para las próximas novelas tendré que tirar mucho más de imaginación. Muchas de las anécdotas y situaciones son reales. No te diré cuáles porque quiero mantener el anonimato de las personas implicadas.

Sabía que iba a escribir una novela con un grupo de chicas como principales protagonistas y que tenía que haber dos hermanas, pero al principio mi idea era completamente diferente que la de la novela que he terminado escribiendo. Se trataba de dos hermanas que tenían menos edad que las de la novela y vivían todavía juntas en casa de sus padres. Apasionadas de la astronomía, tenían instalado un equipo de observación en la azotea de su edificio. El equipo era un poco rústico, por decirlo de alguna manera, estaba fabricado casi en su totalidad por ellas mismas, y se dedicaban a observar y escuchar todo cuanto pasaba más allá de nuestra atmósfera. Cierto día descubrieron algo. Escucharon una señal que se había reproducido en una corta línea temporal. La señal comenzó a emitirse en el espacio exterior y localizaron el fin de la emisión en la tierra. Algo había caído del cielo. Lo que más sorprendió a las hermanas es que la localización de dicha señal mediante GPS se encontrara muy cerca de donde ellas vivían, concretamente en un descampado de la ciudad de Móstoles. Corrieron hacia allí y quedaron absolutamente desconcertadas por lo que se encontraron.

Tenía toda la estructura de la novela preparada. Me disponía a comenzar a escribirla después del verano de 2015, pero en el mes de julio, volviendo de La Manga del Mar Menor, donde había disfrutado de unos días de vacaciones con mi mujer —Susana— y mis dos hijas —Alicia y Sandra—, hicimos una parada para descansar en un área de descanso situada en algún lugar de la carretera de Valencia.

Aquel lugar me pareció tenebroso incluso a la luz del día. Rodeado por un polígono industrial lleno de fábricas que parecían funcionar a toda máquina incluso en domingo, el área de descanso, en contraste, estaba desierta y aparentemente abandonada. La vegetación salvaje cubría la valla oxidada del perímetro casi en su totalidad. Los merenderos tenían la madera tan podrida que parecían estar a punto de caerse a trozos. Las papeleras, en un estado deplorable, estaban a rebosar de basura desde vete tú a saber cuándo.

Aquel lugar invitaba a cualquier cosa, menos a descansar. Decidimos que teníamos que salir de allí cuanto antes. La idea era pasear un momento a mis dos perros, Budy y Nora, para que hicieran sus necesidades y largarnos como alma que lleva el diablo. Pero, en cuanto abrí las puertas del coche, mis dos hijas salieron corriendo hasta el otro extremo del área de descanso para subirse en lo que quedaba de unos viejos y desvencijados columpios. Entre los numerosos árboles y la vegetación salvaje, mi mujer y yo las perdimos de vista durante unos angustiosos segundos. Inmediatamente le pasé las correas de los perros a mi mujer y me fui a buscarlas a paso ligero. Cuando llegué a la pequeña zona infantil, por llamarla de alguna manera, allí estaban las dos, felices y despreocupadas, balanceándose en el columpio mientras este chirriaba de manera estridente. En ese momento pensé que quizá había exagerado. ¿Por qué me había asustado si allí no había nadie y, además, solo habían pasado unos segundos fuera de nuestro campo de visión? ¿Qué podría haber pasado? ¿Es posible que en tan poco espacio de tiempo pueda pasar algo?

Una vez metidos en el coche y ya de camino en la carretera, con el soberano aburrimiento que me produce conducir, esas preguntas empezaron a rondar por mi mente. La realidad, que ya sabemos de sobra que supera con creces la ficción, nos ha demostrado en multitud de veces que hace falta muy poco tiempo para que se produzca una desgracia. En muchas ocasiones tan solo unas décimas de segundo son suficientes para cambiar la vida de una persona, o de muchas. Inmerso en estas cavilaciones mientras conducía, la historia comenzó a tejerse en mi cabeza.

Al principio iba a ser una novela puramente policiaca: la misteriosa desaparición de unos niños en un área de descanso, un inspector que se empeña en resolver el caso, unos secuestradores… Pero a poco a poco fui añadiendo pequeñas subtramas que se entrelazarían entre ellas, confluyendo juntas en un mismo final. Y he aquí el resultado.

He sudado tinta (nunca mejor dicho) para escribir esta novela. No sé si me ha costado tanto por la falta de tiempo o porque es mi primera novela. Espero que sea por lo segundo, porque, como las siguientes me cuesten tanto, yo no sé qué va a ser de mí. He comprendido que los libros no se escriben, se sangran. Muchas veces no valoramos el esfuerzo que supone crear cualquier cosa hasta que lo sufrimos en nuestras propias carnes. Toda creación supone un gran esfuerzo mental y físico. Puede gustarte o no, pero debemos aprender a valorar el esfuerzo que cualquier persona hace por crear algo nuevo, algo que no se haya visto ni oído nunca; algo que pretenda entretener, divertir, emocionar… Porque la cultura, tan menospreciada en muchas ocasiones, es tan necesaria como incluso a veces respirar.

Quería terminar con una última curiosidad sobre la novela. Un alto porcentaje del manuscrito lo he escrito en la furgoneta. Me levanto una hora antes para llegar pronto a mi lugar de trabajo y utilizar esa hora diaria para escribir. He estado durante estos últimos cuatro años con el ordenador portátil debajo del brazo. He escrito en el parque, en la consulta del médico, en el tren, en la calle esperando a que salieran mis hijas del colegio, por la noche, por el día muy temprano… Me marqué un objetivo que consistía en escribir al menos una hora al día todos los días, lloviera o nevara, contra viento y marea. Es la única manera. Como el deportista que sale a correr todos los días a la misma hora pase lo que pase, porque en la constancia está el secreto.

He de decir que pasearte con un ordenador portátil debajo del brazo allá donde vas conlleva sus riesgos. Eso es algo que pude comprobar llegando al final del manuscrito, cuando un día cualquiera salí a la furgoneta a coger la bolsa de la comida y me encontré con que me habían roto un cristal y me habían robado todo lo que llevaba. En ese momento me flaquearon las piernas. Tenía un montón de herramientas y material eléctrico de mucho valor que utilizo en mi día a día para desempeñar mi trabajo, pero en ese instante no me importó en absoluto haberme quedado sin herramienta (otra vez), lo único que me preocupaba era mi ordenador portátil. Se habían llevado la mochila con el ordenador portátil y mi cuaderno de notas con todos los apuntes que tenía escritos durante todos estos años. Lloré como un niño. No por el ordenador, que era un portátil arcaico que me costó cuarenta euros de segunda mano, sino por todo lo que había dentro. Y el cuaderno, que seguro acabaría en cualquier cubo de basura, junto con el ordenador, en cuanto comprobaran la mierda que se habían llevado.

Cuando llegué a casa, comprobé lo que tenía guardado en el ordenador de mesa y me di cuenta de que no tenía grabados los dos últimos capítulos de la novela. Los había perdido. Las ideas y notas las pude recuperar de algunos correos que yo mismo me enviaba para después imprimirlos, pero los dos últimos capítulos de la novela completos se habían esfumado. Estaba tan cabreado que pensé incluso en no terminar la novela. Demasiado esfuerzo me parecía escribir una novela una vez como para encima tener que escribir lo mismo dos veces. No tenía fuerzas. Psicológicamente estaba abatido. Además, no había tenido tiempo de revisar los últimos capítulos y no tenía claro exactamente lo que había escrito. Dejé apartada la novela unos días para reflexionar. Al principio empecé a tomar notas y apuntes de lo que me iba acordando para volver a reconstruir el final de la novela, pero enseguida me di cuenta de que iba a ser un trabajo tedioso y aburrido. No sería capaz de hacerlo. El motivo principal que me lanza a la escritura es redactar cosas nuevas que me vayan saliendo del corazón. La novedad, el aire fresco, es lo que me impulsa a escribir. Volver a escribir algo que ya había escrito y que tanto esfuerzo me había costado no iba a ser posible. Tenía un bloqueo mental importante, así que tomé una decisión alternativa: escribir un final completamente diferente, totalmente distinto. Y así lo hice. El final que has leído no era el final original de la novela, pero creo que conseguí mejorarlo (espero), aunque eso es algo que nunca se sabrá, porque ni yo mismo sé con precisión qué fue lo que escribí en una primera versión.

Para terminar, quiero que sepas que, si lees esto entre el año 2021 y 2025, es posible que me encuentre inmerso en la redacción de la segunda parte. Me gustaría que, si tienes alguna sugerencia, recomendación, consejo o idea que te gustaría expresarme respecto a la continuación de este libro, me lo escribas a través del e-mail hola@ivangarbu.es

También sería increíble que me escribieras contándome tu opinión sobre la novela, dudas, o simplemente para saludar. Yo prometo contestar a todos los correos en la mayor brevedad posible.